lunes, 30 de marzo de 2009

Retrovisor

Miro hacia atrás, a como me veía a mi misma como escritora hace diez años, hace cinco años, incluso hace tres años, y me doy cuenta que hay algo que ha cambiado. Es una sensación casi imperceptible, como un aliento en el alma, pero que hace la diferencia. He aprendido a confiar en mi misma y en lo que escribo; de alguna forma, me siento realizada escribiendo como nunca antes me había sentido con ello. De hecho, antes lo veía todo negro, la vida era un triste arrastrarse, sentía mi voz angustiada perderse en el silencio, me sentía muda y atrapada. Ahora me veo como una persona capaz de decir lo que quiere decir, me veo capaz de explicar mi visión de las cosas y de ser escuchada diciéndolo. En el blog he dicho cosas que, aunque no lo parezca, me ha costado toda una vida poder decir. El lector sólo ve la sencillez del resultado, que puede no impactar, pero el andamio que he tendido que construir y escalar antes de mostrar el escrito final, andamio que no se ve, es quizá todavía más impresionante que el texto mismo. ¡Las redes, maderas y columnas de hierro con las que he tenido que bregar para poder decir según qué, mientras iba subiendo el texto, escalón a escalón! Pero aunque la ruda estructura mental no se vea, he escrito el texto y este ha sido leído. ¡Jamás habría creído que esto podía ocurrir! ¡Tener lectores! Aunque no viva de escribir (y ahora ya no aspiro a hacerlo, porque entiendo que si te pagan por escribir, también es a cambio que digas lo que a quien te paga le interesa), estos tres años no han pasado en balde, lo que escribo ha evolucionado hacia la transparencia, he ampliado recursos: he capturado el optimismo y ya no lo dejaré salir del petate. Me veo a mi misma como escritora como nunca antes me había visto, y la diferencia la hace el blog.

domingo, 29 de marzo de 2009

Imbecilidad colectiva

Ayer, mientras se celebraba “la hora del planeta”, esta acción absurda que consistía en apagar todos los aparatos eléctricos, yo encendí todas las luces de la casa, la radio en todas las habitaciones, la tele, el secador, el microondas, el mini-pimer, el horno, la vitrocerámica, la máquina de hacer pan, la maquinilla de afeitar y el cargador del móvil. Además, me comí un bistec. (Por aquello de que el ganado bovino contamina tanto.) Cuando hubo acabado la hora volví a gastar la energía de siempre: exactamente lo mismo que hicieron todos los que apagaron las luces y los aparatos. ¿Qué casualidad, no? (Sólo que ellos se sentían “buenas personas”, y yo me sentía lo que es un ser humano sin poder evitarlo: un animal depredador que modifica el medio para sobrevivir. Podríamos volver a las cuevas... ¡aquello sí que era ecológico!) Representa que durante esta hora debíamos reflexionar (como aquel que se confiesa) sobre qué puede hacer cada uno de nosotros para salvar el planeta... A mi no me hace falta guardar una hora especial para hacer eso, y os aseguro que las conclusiones a qué llego no se parecen en nada a la necesidad de hacer una hora de “ayuno”. Por qué es eso: esta acción es una penitencia dentro de un mundo de mentalidad judeo-cristiana. En este caso, nos hacen pedir perdón por existir. ¡Imbecilidades colectivas a mí!
(Puntualización: la mitad de los aparatos eléctricos citados no los tengo, se trata de un recurso literario... pero, si los tuviera, ¡los habría enchufado!)

sábado, 28 de marzo de 2009

Pessoa y la lluvia

Durante la guerra, mi librero tuvo que esconderse en el bosque. Sí, sí, los mismos bosques de Sant Miquel que salen en Soldados de Salamina; sólo que sobre él nadie escribió un libro. Una de las peores cosas de la vida en el bosque era la lluvia. Cuando llovía... Todo quedaba mojado y frío, y no había forma de echarse, de estar de pie, de guarecerse. Durante el resto de su vida miró la lluvia con aprensión; cuando llovía no salía de casa, y permanecía a la vera de la ventana quietecito agradeciendo profundamente el hecho de tener un techo. La lluvia siempre le ponía nervioso, y eso que era hortelano y para las plantas la lluvia es una bendición... A veces he pensado que Italo Calvino, para escribir el Barón Rampante, no vivió la lluvia en el bosque, que nadie hubiera aguantado la vida que lleva Cosimo un día de lluvia, que sólo un personaje de ficción puede vivir en un bosque italiano donde jamás llueve...

Pessoa, en el Libro del Desasosiego, muestra una inquietud semejante a la de mi librero ante la lluvia. No sé qué le debía pasar a Pessoa que justifique eso, pero para él la lluvia es un estado de ánimo, y el agua es siempre una tormenta.

Uno estos recuerdos sobre la lluvia para rebautizar mi blog y empezar una nueva andadura, si puedo más íntima, si puedo más centrada en la poesía. (Digo si puedo porque yo soy la misma, y me temo que no podré evitar que lo que escriba sea lo mismo. Precisamente por ello no renuncio al pasado, a aquello ya escrito.) Lo intentaré.

(El subtítulo no significa que yo vaya a escribir algo que no pueda leerse mejor escrito en un libro de verdad, como podría interpretarse. El subtítulo significa que, para las personas que leemos mucho, va bien tener en cuenta que el mundo no se acaba en los libros, y lo he puesto para recordarme a mi misma que quiero empezar a aprender del mundo exterior.)

Nuevo nombre, nuevos colores, y renovada energía, pero idéntica pasión.

viernes, 27 de marzo de 2009

La flor en el culo

Un ínclito tertuliano culé decía que no le gusta la fórmula 1 porqué los coches no son todos iguales... ¿Es que no se ha dado cuenta que hay equipos en nuestra liga que pueden gastarse más dinero que otros...? ¿No seria eso el equivalente a ir con coches distintos? Eso es algo que nunca he entendido. ¿Por qué tiene éxito un deporte donde siempre ganan los equipos que pueden invertir más en ello? ¿La gente no ve que que ganen estos equipos es inevitable? ¿Dónde está la emoción? Pero, parece que, precisamente, lo que hace afición es que todo el mundo sea del mismo equipo y que este equipo gane siempre (da igual si es porqué tal y como están planteadas las cosas no puede perder). Una vez un tertuliano decía que en Ucrania hay una seria de imponderables que hacen muy difícil que no gane la liga de allí un equipo que no sea uno de los dos de la capital. ¡Una serie de imponderables! ¡Y lo decía como país futbolísticamente muy atrasado! A veces estos tertulianos se superan a si mismos...

martes, 24 de marzo de 2009

La campana de corcho

¿Por qué se suicidó si estaba a punto de conseguir la gloria? Ella no lo sabía, claro... Si hubiese vivido, el producto de aquello que había escrito le habría compensado de mucho... no podía saberlo. Si lo hubiera sabido, ¿habría querido quedarse? Pero con la gloria no es suficiente. Se trata, también, sólo, de que alguien te ame. Y precisamente (lo que le daba la gloria...) ella había escrito sobre la parte oscura del amor, del amor de pareja, del amor maternal. La parte oscura del amor, es decir, cuando el amor no es suficiente. El amor no era suficiente, y desertó. La gloria es un cosmético, algo superficial; ella era la misma persona con gloria o sin ella. La falta de amor es la cabeza en el horno; ella no era la misma persona con amor o sin él. Y su vida tampoco. Y su gloria tampoco.

jueves, 19 de marzo de 2009


(autorretrato con víctima; yo después de explicar mis paranoias a una persona sana y normal...)

La teoría del alabarán problemático

Cuando trabajaba de administrativa, pasaban por mis manos muchos albaranes. Normalmente, todo era correcto, pero cuando había algún albarán problemático se me llevaban los demonios. Debía sacar mi cerebro cansado y presionado del estado de repaso y repetición en que lo tenía y ponerme a pensar soluciones donde muchas veces se debería haber prendido fuego. Lo único que quería era solucionar el problema lo más rápidamente posible e ir a por otro albarán.

El caso es que, con los profesionales que trabajan en asuntos de salud, que no tratan albaranes sino personas enfermas (médicos, enfermeras, trabajadores sociales), la cosa funciona más o menos así también: llegas ante ellos, tienes un problema; en aquellos momentos eres el albarán problemático. Sólo quieren solucionártelo dentro de sus posibilidades lo más rápidamente posible (si puede ser con poco trabajo, y no les culpo) y pasar a otra cosa. Pero, ¿qué pasa cuando la solución no es fácil, y no es cuestión de una tirita o de un jarabe o ni tan solamente de unas pastillas? ¿Qué pasa si no pueden solucionártelo? Pues que se sienten frustrados y te llega una sensación muy desagradable, te culpabilizan: de albarán problemático has pasado a ser un grano en el culo.

Eso es lo que me pasa a mí con mis paranoias: hacen daño a quien las escucha. Normalmente, no las explico a nadie, sé que haría sufrir a los pocos amigos que tengo. “Explícalas a un profesional”, me aconsejó mi librero “para eso están”. Ellos están ahí para casos como este, en teoría. Lo he probado, pero pronto me doy cuenta que soy un problema demasiado gordo para según qué profesional (como mínimo para los profesionales que yo puedo permitirme). Tengo unas paranoias demasiado truculentas como para que sea agradable escucharme; yo soy demasiado truculenta. Y yo sólo quiero que me escuchen, no que me llenen de pastillas. Y yo, hacer sufrir a la gente conscientemente, la verdad... (No digo que no haya hecho sufrir nunca a nadie, digo que normalmente no lo hago conscientemente). Llevo toda mi vida oyendo paranoias ajenas, y por tanto sé el daño que hace oír las paranoias de otra persona un día sí y otro también. Algo así te hunde, te mina por dentro, te hace sentir que la tierra falla bajo tus pies. Por eso yo no he explicado nunca nada de lo que a veces me pasa por la cabeza, sería hacer sufrir a quien lo escuchase o leyese. Creía que quizá con una persona acostumbrada a oír este tipo de cosas sería diferente, pero no es así. Son personas normales, y por tanto vulnerables como cualquier otra persona, como cualquier amigo. No se les puede obligar a sufrir escuchando según qué, es un asunto de conciencia.

Pues nada, como siempre, deberé guardármelo. ¡Y sé perfectamente que a todas estas ideas sí que debería pegarles fuego!

domingo, 15 de marzo de 2009

Pobres con dinero

¿No os habéis sorprendido nunca ante alguna noticia escandalosa de un actor de Hollywood pensando “eso una persona normal no lo haría nunca, una persona normal sabe donde están los límites”? ¿No os habéis preguntado nunca como unas personas que lo tienen todo, que son más ricos de lo que nosotros nos podemos llegar a imaginar, no son felices y pierden la perspectiva llenando el vacío de su vida de drogas, sectas y operaciones de cirugía? Yo tengo una teoría sobre eso, si bien es un poco rocambolesca: los actores de Hollywood són nuevos ricos. Es decir, que como cuando no eran famosos eran pobres, y la fama y el dinero les han venido de golpe, no ha sido educados en un ambiente de dinero y se les va de las manos: no tienen la educación necesaria para saber ser ricos. Ser rico, como todo, es todo un arte, no es suficiente con tener dinero en grandes cantidades, también se ha de tener mentalidad de persona rica. Y eso es lo que les falla. Estos actores de Hollywood son pobres con dinero, y hacen todo lo que haría un pobre a quien le hubiera tocado la lotería, pero no son “ricos”, en el sentido de poder y control de la propia vida que implica el termino. Pobrecitos, ¿no?

sábado, 14 de marzo de 2009

Confesión para descreídos

He dicho – bueno, más bien he insinuado-, pues he insinuado muchas veces en este blog que soy agnóstica, y que además no creo en la Iglesia. Pero, cuando estaba en el hospital, después de haberme tirado al tren, pedí confesarme con un cura. (Por lo que se ve por los hospitales corren curas a tal fin.) Es difícil de justificar una acción así en una persona que representa que no cree.

El caso es que, aunque sea escéptica, a mí me han educado dentro de la religión católica, he ido a misa y a doctrina durante muchos años, (me habían obligado a confesarme muchas veces), y, aunque haga muchos años de eso (muchos, muchos), y que yo fuese muy joven, supongo que algún posito me ha quedado.

La verdad es que pensé en aquel personaje de la Regenta, que después de pasarse la vida sacando las tripas a los curas y comiendo carne en Cuaresma, pide un cura en su lecho de muerte...

Después de hablar con el cura, le dije a la enfermera que no me había servido, que yo creía que me sentiría aligerada después de haberme confesado, y la verdad es que me quedé igual. No me pareció que el cura fuera una persona que me comprendiese ni que sintiese ninguna empatía por lo que me había pasado, y precisamente me puso una penitencia para descreídos. No me quejo, él hizo su trabajo. Pero precisamente este es el problema: para él aquello era una rutina, un trabajo. Era especialista en confesar a descreídos que se asustaban en el momento de la verdad. Pero yo no creo que la actitud hacia alguien que quiere pedir perdón deba ser esta... quiero decir que, aunque alguien no crea demasiado, si se decide a hacer el esfuerzo de pedir perdón creo que se merece un poco de entusiasmo e interés por lo que le ha pasado...

Me di cuenta que, más que pedir perdón, lo que quería era explicarlo a alguien que me entendiera y que no me riñese por lo que había hecho (aquella mueca de desaprobación que ponía todo el mundo...) Aquella persona no me sirvió para eso. Es caso es que la enfermera me dio la solución: no era el cura quien debía perdonarme, ni nadie exterior a mí; era yo misma que debía hacerlo. Era yo quien debía dejar de poner la mueca de desaprobación cuando me miraba al espejo. Así que me lo expliqué a mi misma y no me reñí; y no tardé mucho en sentirme más aligerada.

lunes, 9 de marzo de 2009

Natanueces

Hay días de una belleza precisa y exacta en que las cosas tienen toda la realidad que deben tener” (y cito de memoria). Se trata de un verso de Pessoa que siempre me viene a la cabeza cuando soy feliz. Pero otros días... otros días, la mayoría de días, no es extraño sentirme rodar cuadrado por este mundo, sentir que no acabo de encajar en ninguna parte, sentir que los últimos posts que he escrito son ridículos, y que me dan vergüenza. Si pudiera evitarlo, no escribiría. Me siento muy incómoda diciendo según qué tonterías que me ponen en evidencia, ¡como si fueses quien sabe qué y tuviera nada importante que decir! Si pudiera evitarlo...

Pessoa también dice que escribir no es una ambición suya, sino que es su manera de estar solo. Tiene razón, eso lo he comprobado en mi propia piel. Para escribir hace falta estar solo, pero puedes escoger estar solo y escribir pudiendo estar acompañado; pero, si a la fuerza debes estar solo, escribir acompaña mucho. Escribir es mi manera de estar sola, pero me doy cuenta que mucha otra gente antes que yo y mucha otra gente después han aprendido a estar solos de esta manera; los libros que me acompañan y habitan mi soledad son los frutos de esta experiencia con tantas otras personas... También aprendieron a estar solos escribiendo, y a destilar la compañía imaginaria de las palabras como un néctar.

Lo único que quiero decir es que... poder escribir me salva de mucho. Pero me parece que ya lo había dicho alguna otra vez, y seguro que no soy la primera en constatarlo. Poder escribir me salva, incluso de mi misma y de este cascanueces que tengo en la cabeza y que no descansa nunca: las nueces, a mí me gustan con nata; aquello escrito es la pulpa con la nata... pero, para conseguirlo, he de tragarme muchas cáscaras con sus aristas punzantes; las aristas punzantes son la realidad, las paranoias, el mundo fuera de la escritura. Las nueces, a mí me gustan con nata, dulces, pero, a veces, demasiado a menudo, el cascanueces sólo escupe cáscaras.

sábado, 7 de marzo de 2009

El paraíso

Sólo puede esperar un paraíso en el más allá quien lo ha conocido sobre la Tierra.

martes, 3 de marzo de 2009

El gran ciervo blanco

Ahora estoy leyendo un libro sobre el rey Arturo donde un caballero cualquiera puede verse empujado a emprender las actividades más insospechadas porqué son su demanda, su misión, su aventura, lo que debe hacer para demostrar que es un caballero. ¿Qué significado veo en ello? Que, da igual si somos caballeros medievales o personas del siglo XX: cuando queremos algo, cuando se nos pone un objetivo entre ceja y ceja, hacemos lo que sea para conseguirlo, aunque nuestra “misión” pueda parecer absurda al resto de los mortales (a mí las misiones de los caballeros del libro me parecen absurdas, pero no me dan ganas de reírme de ellas). Hacemos lo que sea por esta misión, para conseguir aquello que nos hemos propuesto: estamos dispuestos a vivir y a luchar, y a enfrentarnos a lo que sea, como hacen estos caballeros. Los caballeros del libro hacen cosas tan absurdas como perseguir animales blancos, y usan la espada para ello; son cosas que a mí jamás me moverían de la silla, ni entendiendo porqué les mueven a ellos... pero, si me paro a pensarlo, yo también persigo una especie de gran ciervo blanco, una cosa que para otra persona podría estar entre las más absurdas. Lo tengo entre ceja y ceja, y como dicen los caballeros a quien se lo pregunta, es mi demanda, mi aventura, y no pararé hasta llevar la pieza (lo escrito) a mi rey Arturo (la posteridad).

(Corcholis, me parece que queda un poco pedante dicho así... pero aunque sea un sentimiento irreal, ¡suena tan bien!)