viernes, 23 de octubre de 2009

El don de la metáfora

Leo (¡por fin!) El lector común, de Virginia Woolf. Se trata de un libro que siempre había querido leer, desde que era adolescente, pero que me parece que hasta ahora no había sido traducido, como mínimo en una traducción a mi alcance. Incluso me había planteado leerlo en inglés, aunque no había llegado a hacerlo y seguramente lo hubiera tenido que dejar por demasiado difícil. Normalmente pasa bastante tiempo desde que me compro un libro hasta que lo leo. Y tardo bastante en leer un libro. Este me lo he tragado enterito la misma semana de haberlo comprado. Oh... qué libro... qué claridad, qué manera de exponer las ideas, qué imágenes... tiene aquello que yo llamo “la chispa de Virginia Woolf” y que no sé muy bien como definir. Pero algo está claro: si su escritura perdura es por su dominio de la metáfora: los burros en la fuente, Helena de Troya, el cielo estrellado... Hace unas metáforas exquisitas. Unas metáforas, que yo, por más que me esfuerce en ello, tengo claro que no hago, que no sé hacer, y que no sabré hacer nunca. Simplemente, algo como esto debe salirte de dentro, espontáneamente, y a mí no me sale. Y es por ello que su estilo perdura, por estas metáforas sembradas en su texto que explotan como minas de placer cada vez que pisamos una. Y además, qué claridad... se lee tan fácilmente... Aquello que me cautivó la primera vez que leí un texto suyo todavía está ahí. Y entonces arrugo un poco la nariz, porqué sé que como persona era una esnob y una arpía... ¿cómo podía escribir tan bien y ser tan transparente? Pero bien, yo no la conocí ni me ofendió, o sea que como fuera ella como persona es un poco igual, lo importante son los textos. El último texto ¿Cómo debemos leer un libro? es simplemente genial. Recomienda algo que yo hago pero que jamás había oído que recomendasen en parte alguna: que, además de leer un libro, pensemos sobre el libro, que lo digiramos, que dejamos que sedimente en nuestro espíritu como una lluvia de respuestas. Muchas veces he dicho que yo voy poquito a poco leyendo porqué siento que he de digerir lo que he leído... y sé que eso suena como una idea rarísima, una idea de tía excéntrica, en nuestro mundo de objetos de un solo uso, donde un libro puede durar tanto como un pañuelo de papel. Pero a pesar que haga eso yo no pretendo llegar a esta tercera fase que dice ella, la de hacer comparaciones entre los libros, y establecer categorías según su manera de hacer, básicamente porqué me faltan muchos por leer, y tampoco tengo claro que en lo que yo me fijo de los libros sea en lo que se fijaba ella, que sólo tenía una sola literatura, y muy buena, como campo de acción (si exceptuamos las literaturas clásicas). Quiero decir que un lector de nuestro tiempo y de nuestro país, en que leemos mucha literatura traducida, primero de todo ya tiene suficiente trabajo en decidir a qué mundo pertenece el libro que lee: si es anglosajón, si viene de una lengua minoritaria pero lejana, si es de los nuestros o de los de más allá... Se hace difícil comparar libros creados en contextos tan diferentes. No me extraña que ella, comparando libros paridos en el mismo contexto, pudiera sacar mucha más tajada de ellos. Además, entre los nuestros hay muchos que pretenden ser inventados, y no reflejar ningún mundo real, y a la postre hacen bandera de ello (¿?), como por ejemplo novelas de autores catalanes con los nombres de los personajes en inglés... ¿es para dar un toque chic? Para mí es una aberración. En fin, que eso de comparar libros todavía es una asignatura pendiente, pero por algo ella era Viginia Woolf y yo... pues no lo soy. ¡Pero estoy leyendo mucho sobre el tema!

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