lunes, 13 de octubre de 2008

Rarezas

Una vez vi por televisión un reportaje sobre hábitos alimentarios. Entre diversas personas obesas, salió un hombre que se compraba un conejo y se lo iba a comer crudo, sentado sobre la hierba del parque, saboreando la sangre y las vísceras. Este hombre también comía moscas y gusanos de tierra, que criaba a tal fin. El reportaje no lo hacía evidente, pero me dio la impresión que este hombre no debía tener demasiados amigos. Qué tipo más extraño, pensé. Pero me doy cuenta que yo, aunque no coma conejo, ni crudo ni cocido, por mi afición obsesiva a la lectura soy una persona rara, como mínimo tanto como este hombre. Yo también me compro un libro y me siento en un rincón a saborearlo de vivo en vivo. Y no hago otra cosa. Una cosa que tenemos en común es el hecho de practicar una actividad marginal en solitario. Ya sé que se me dirá que hay mucha gente que lee. No es cierto. La gente lee, pero no constituyen con eso el eje central de su existencia. En toda mi vida sólo he conocido a una persona que leyese con la misma intensidad que yo, y no cuento conocer a ninguna más. La gente normal leen por afición, y hacen de eso un elemento de relación. Él se comía un conejo crudo él solo, sentado en parque. Yo leo sola. Leer un poco es normal, es sano y está bien, pero cuando poseer libros y leerlos se convierte en una obsesión absorbente, hasta el punto de que no haces nada más ni te interesa nada más, cuando se convierte en el eje vertebrador de una vida, es cuando empieza a ser preocupante. Algo ha fallado para aquel hombre en su relación con los demás que necesite comerse un conejo crudo él solo. Cada vez veo más claro que yo, en mi obsesión por los libros, voy por el camino de convertirme en lo mismo.

No hay comentarios: