lunes, 2 de febrero de 2009

Tierra de promisión

No hace demasiado tiempo, una persona me trataba de “freak literaria”. La gente que coleccionamos (y leemos) libros supongo que podríamos ser calificados des “extraños” o de “muy extraños”. Como mínimo eso es lo que he ido comprobando en mi propia piel durante todos estos años.

Yo, cuando estudiaba primaria, ya coleccionaba libros, aunque entonces no era consciente de ello. Una vez vinieron a casa a hacer un trabajo una compañeras de clase (no digo amigas...). La primera que llegó, cuando vio los libros que tenía, se quedó con la boca abierta, y yo le expliqué con precisión de cirujano los ejemplares que había en el anaquel, recreándome explicando que incluso de unos tenía la “colección completa” (que no eran más de diez libros) El fulgurante resultado fue que cuando llegaron las demás, esta compañera, con una voz llena de envidia, consiguió que todo el mundo se burlase de mí y de mi “colección completa”... ¡Yo, que le había explicado aquello con toda mi buena fe, haciéndola partícipe del secreto del tesoro! Aquel día aprendí muchas cosas de mi misma y de los demás. Sobretodo, aprendí que no es bueno presumir de tener algo ante otro que no lo tiene.

Unos cuantos años más tarde, ya a secundaria, un día acababa de contar mis libros y me había dado cuenta que tenía bastantes... No se me ocurrió otra cosa que explicarlo, y un chico que me gustaba me dijo “¿los cuentas?” con una expresión en la cara que jamás olvidaré, mezcla de sorpresa y asco. Creyó que estaba tarada. Era evidente que él y yo jamás llegaríamos a nada. Y sí, yo de vez en cuando los cuento... (¡ay ay ay!)

Trabajaba con una persona que sé que, si viese los libros que tengo, las “posesiones materiales” de las que soy propietaria, haría de ello inmediatamente objeto de cotilleo, y de aquello tan típico del “¿cómo se las ingenia?” Como si por tener unos cuantos libros hubiera algún misterio más allá de no gastar en casi nada más. Sólo una pequeña parte de lo que ella se gasta restaurantes, ropa, viajes y joyas (yo no gasto en nada de esto), yo me lo gasto en libros, pero a pesar de ello ella continuaría sin entender porqué yo tengo unos libros que ella no tiene, siendo como soy mucho más pobre que ella. Fue espiando sus reacciones cuando me di cuenta que los libros no sólo pueden ser objeto de burla o de extrañeza, sino también de codicia, y de rampiña, y que vale más no abanicar el bistec ante una boca hambrienta. (Esta persona estaba hambrienta de las cosa que pudiesen poseer los demás: el dinero, las joyas, las casas... y porqué no, de los libros. Y no era de ninguna manera una persona pobre o necesitada: al contrario, llevaba un gran ritmo de vida, y de gasto.) Lo que esta persona que trabajaba conmigo jamás hubiera entendido es que acumular libros es la ocupación de una vida, un recipiente que se llena gota a gota, incesantemente, y no una compulsión de las que va un día a la tienda y arrambas con el contenido de todo un anaquel...

Desde que vago por Internet, pero, he leído de gente que tiene hasta diez veces más libros que yo (la envidia me corroe, por supuesto...) Los blogs que hablan de libros son la tierra de promisión de los “freaks literarios”, de los que acumulamos libros, los fotografiamos (sí, sí, también los fotografío...) e incluso (¡tachan!): ¡los leemos! Ojalá hubiera podido darme cuenta antes, que no era la única persona que coleccionaba libros...

2 comentarios:

Anabel Rodríguez dijo...

Bibliófila ¿no?. ¡Bueno!. Es una "patología" que nos aqueja a unos cuantos, aunque confieso que nunca he conseguido hacer una colección entera, soy más de ir a las tiendas a buscar, olfatear, y conseguir mis libritos. ¡Ja,ja,ja!...,
Reconozco que ni los cuento, ni los fotografío, aunque quiero empezar a sellarlos, para que nadie se los quede.
Besitos

Anónimo dijo...

Más que bibliófila,
biblihólica...je je...