domingo, 24 de mayo de 2009

Puesta en escena

Hace unos cinco o seis años, yo era una gran aficionada a la Fórmula 1. En mi casa no interesaba a nadie más y tenía todo el sofá para mí. Entonces, llegaron Alonso y el jolgorio familiar y dejó de gustarme. Yo viví todos los últimos campeonatos de Schumi. Schumacher siempre ganaba, pero, a veces, su segundo lo dejaba pasar. Tengo fresca en la memoria la imagen de Schumacher alzando la mano a su segundo una vez en el podio, después que este le hubiera cedido el primer puesto. Dijeron que eran ordenes de equipo, es decir, que había sido el equipo quien le había hecho ceder la victoria. Al ver a Schumacher alzándole el brazo, pensé que él personalmente no estaba de acuerdo con estas órdenes de equipo, con esta trampa para que él ganase, pero que se veía obligado a aceptarlo. Pero, al cabo de un tiempo, cuando Alonso tubo problemas con su compañero de equipo, revelaron que Schumi tenía firmado un contrato en el que exigía ser siempre el primero de su equipo: es decir, que tenía un contrato según el que su compañero de equipo siempre le cedería la preferencia. (Alonso, que sólo miró el dinero cuando firmó, es evidente que hizo el primo en no pedir lo mismo.) Es decir, que Schumacher, cuando alzaba la mano de su segundo que le había dejado pasar, no estaba protestando contra unas órdenes de equipo con las que no estaba de acuerdo, ya que era él mismo quien exigía aquello por contrato: ¡lo que estaba haciendo era hacer el hipócrita! Vaya cara dura. Pero, es así como se debe ser: en un mundo tan competitivo, aquello es la ley de la selva y es este el tipo de gente que triunfa; la que, por encima de todo, mira por sus propios intereses. No diré que lo que hizo Schumacher esté mal: no lo está. Sólo que cuando vi que alzaba el brazo a su compañero creí que las cosas eran de una manera y en realidad eran de otra muy distinta...

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