domingo, 20 de septiembre de 2009

Puzzle nocturno

Recuerdo haber leído en lugares diferentes que tanto Katherine Anne Porter como Truman Capote tardaron quince años en hacer su aprendizaje en la escritura. Lo que más me sorprendió no fue el largo período de tiempo, que también, sino la coincidencia en la duración en dos escritores al azar que no tenían demasiado que ver el uno con la otra. Me pareció significativo que ambos coincidieran en los quince años, y no creo que la coincidencia fuera sólo azar. ¿Cuándo se tarda en aprender a escribir? ¿Cuándo puedes decir que “has aprendido”? También me viene a la cabeza aquel texto que reseñé al principio de tener el blog que hablaba de “tener las herramientas necesarias para enfrentarse a un texto”. Pienso que aprender a escribir y aprender a leer textos, no sólo a descifrar los signos, sino ver su estructura y como están construidos, y a entender lo que dicen, y lo que se deriva de todo lo que dejan fuera, va muy unido a ser capaz de manipular estas herramientas. ¿Cuáles pueden ser las herramientas necesarias para enfrentarse a un texto? Supongo que todos los que escribimos, sobre todo los que escribimos o hemos escrito sobre libros, presuponemos que poseemos estas herramientas, pero si me hicieran enunciarlas no sabría qué decir. ¿Cuáles son las herramientas con las que yo me enfrento a los textos? Pues, básicamente, la capacidad de repetición. (Me gusta la repetición, según mi librero.) El hecho que me guste repetir la lectura de un texto una y otra vez, y también que me guste todavía más volver sobre mis pasos cuando escribo. La capacidad de repetición es una buena herramienta, pero, ¿cuáles son las demás? La señora Porter decía que todos se había reducido a aprender a confiar en ella misma, y el señor Capote decía que no debía sorprender a nadie que supiera escribir porqué lo había hecho cada día todos los días de su vida desde que tenía 14 años. Dice que para ser escritor sólo hace falta tener algo que decir y decirlo; yo creo que también hace falta saber decirlo. Estoy segura que ya han pasado quince años desde que empecé a escribir para mi misma, sin que fueran deberes de la escuela o redacciones; también estoy segura de haberlo hecho casi cada día de mi vida desde entonces. En este tiempo, he dejado de leer vorazmente para pasar a leer regocijándome, fijándome en los detalles, cuidando de lo que vale la pena de ser repetido. Antes buscaba textos para devorar, ahora busco textos para releer. Sin duda, he evolucionado: he aprendido a confiar en mí misma, el blog me ha ayudado mucho... pero no tengo claro que mi aprendizaje haya terminado. Releer un texto mil veces para pulir los detalles ya lo hice la primera vez que hice una redacción escolar... ¿Qué ha cambiado en todos estos años? Me acuerdo muy bien de aquella redacción: quería expresar una verdad muy concreta pero me pareció demasiado complicada de decir en el poco tiempo y espacio del que disponía, me pareció que quien lo leyera no lo entendería, me pareció que no sabría lo suficiente; opté por una opción que no reflejaba lo que yo pensaba, pero que era la única que era capaz de perpetrar en aquel momento: opté por la simplificación y la verdad establecida. Cuando hice aquella redacción tenía siete años y estudiaba segundo de básica. También recuerdo cuando aquella profesora de escritura creativa puso un interrogante bajo aquella frase mía (he hablado de ello en el blog): quería decir algo, pero me pareció que no se entendería y acabé diciendo otra que quedó confusa. No era capaz de decir lo que realmente quería decir, y opté por la simplificación y la verdad establecida, y además lo hice mal. Cuando escribí aquel texto tenia 21 años y acababa de dejar los estudios. Bueno, ha pasado el tiempo y me parece que finalmente “me he atrapado”: desde que tengo el blog, no he vuelto a tener la sensación de tener que escribir algo más sencillo porqué lo que yo pensaba de verdad me parecería que no se entendería o no era capaz de decirlo; ya no simplifico y he aprendido a expresar mi propia verdad. Ahora tengo 33 años y tiempo para escribir. (Escribiendo para mí misma nunca había tenido la necesidad de simplificar como en los textos que daba a leer a otras personas; ahora, las dos situaciones van al unísono.) Todavía me parece que podría hacerlo mucho mejor de lo que lo hago, pero como mínimo soy capaz de decir lo que quiero decir. Aunque también tengo la sensación de no controlar absolutamente lo que digo, y que a veces los textos dicen cosa que yo no había planificado que dirían: eso me pasa sobre todo con la ironía, que se me escapa sin que yo sea consciente de ello... Paradójicamente, esta vida propia que parecen tener según qué párrafos me he acabado dando cuenta que no empeoran el resultado, aunque me continúan dando miedo; me he atrapado, pero todavía no controlo la brida. Ya no simplifico, pero a veces lo que escribo coge aires inesperados que me sorprenden incluso a mí misma; me gusta ir descubriendo los textos a medida que los escribo, que tenga vida propia más allá de mi control; esta es una de las razones que hace que todavía sea tan emocionante, supongo. Un día mi librero me explicaba unas anécdotas picantes sobre unas amigas, y de golpe me dijo, súbitamente preocupada: “¿no lo explicarás en el blog, esto?”. Tuve que explicarle que en el blog yo no explico cotilleos de segunda mano, sino que sólo hablo de cosas que yo he vivido: “pero si tu no sales de casa”, me dijo. “¿Qué puedes haber vivido tu?”. Pues he vivido –vivo- el aprendizaje de la escritura... En la vida real, me faltan las palabras: hablando he de simplificar más que nunca. En el blog, puedo ser elocuente. Si un día he dejado un texto medio embastado antes de ir a dormir, por la noche sueño que resuelvo un puzzle...

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