domingo, 28 de septiembre de 2008

Impulsiva conducta concursil

Hoy, siguiendo un impuso no claramente justificable, he enviado un micro cuento mío para un concurso de la radio. Ha sido un impulso del que me he arrepentido enseguida, pero ya estaba enviado. Esto que los correos electrónicos ya enviados no tengan un botoncito donde diga “anular” es absolutamente primitivo... Si gano, ganaré un cursillo de escritura creativa. Y ya he hecho cursos de estos, sé de que van, y un premio así no me atrae nada de nada. Digamos que mis experiencias en cursos de este tipo son más bien insatisfactorias. Pero debo tener una especie de necesidad interior de oír mi escrito leído por la radio (¡qué vergüenza!), sino no entiendo como he picado. Es que realmente ha sido un acto reflejo: tenía el cuento, tenía la dirección, tenía el ordenador encendido... click click... ay ay... ¡Es que no aprenderé nunca! Además, no me gusta presentarme a concursos porque entonces no gano y me como el coco, y realmente no vale la pena. ¿Qué prestigio tiene algo como esto? ¡Ninguno! Quiero decir que si pierdo es una frustración, y si gano no significa nada. Todavía estoy intentado decidir si lo he estudiado burrología pura o burrología aplicada por haber picado para algo así.

El primer curso de escritura creativa al que me apunté era presencial, anunciado por al radio a bombo y platillo (¡sí aprenderé, a no confiar en los anuncios de la radio!). Lo organizaba una escuela de la cual todos los profesores en pleno se fugaron a medio curso para fundar una organización competidora. Tanto la dirección como los profesores sabían desde antes que empezara el curso que aquello no iba bien, que no se entendían y que no podían continuar así, pero anunciaron la nueva matrícula a bombo y platillo para la gente se apuntara y tener ya la clientela hecha para la nueva organización que salió después de la escisión. Quizá no lo hicieron adrede, sería ser muy malpensado, pero es así como ocurrieron las cosas; el noventa por ciento de los alumnos fueron como borregos a apuntarse al sitio nuevo, y fue una jugada maestra, porque los anuncios los había pagado la organización antigua, la que ellos dejaban plantada... Me hizo mucha rabia, porqué no sólo perdí el dinero que había pagado, sino que fui invitada a volver a pagar para apuntarme a la nueva organización. Por lo que sé, tanto la primera organización como la que surgió a raíz de aquella crisis todavía funcionan, y continúan atrayendo incautos, una de las dos con un cierto éxito, porqué el autor de un conocido best seller va diciendo que ellos (los nuevos) le han ayudado a escribirlo. ¡Qué propaganda, eh! A mi no volverán a engañarme, esta buena gente. ¿Qué qué aprendí en aquel cursillo interrumpido a medio curso? Nos dijeron que cuando escribíamos no éramos nosotros, que el autor de nuestros textos era un yo inventado, que estábamos creando un personaje. Yo aprendí que el autor de mis textos era yo, más auténtica que nunca, y que los compañeros de clase a quienes leía mis textos, a pesar de la doctrina que nos predicaban, no podían dejar de entenderlo así. Yo también entendía lo mismo de sus textos. Un escritor es su texto, sobretodo si lo lee ante todo el mundo, y si no lo es mal vamos. Aunque sé que hay mucho a discutir sobre ello, y que porqué hay mucho a discutir ellos pueden ir por el mundo predicando el contrario. También nos decían que debíamos buscarnos un “hermano mayor del alma” que leyese nuestros textos y nos dirigiese en este áspero camino de la escritura. Aprendí que una relación como esta puede crear una fuerte dependencia emocional que puede llevarte a escribir sólo para satisfacer a esta otra persona y no para satisfacerte a ti mismo. Y que, además, si esta persona es de una organización como aquella, esto te puede llevar a que a la postre tengas que pagar. Creo que las relaciones que propulsaban entre los aprendices y los juzgadores de los textos se basaban en la dependencia emocional, del tipo, yo soy amigo tuyo y te elogio, tu escribes bien por lo tanto eres amigo mío. El mundo de los blogs es una poco lo mismo, pero con la única diferencia que es gratuito. No digo que no sea bueno que un escritor se relacione con lectores con experiencia y que tienen el morro suficiente como para ponerse a dar un curso de escritura creativa como aquel, pero creo que se ha de ser muy maduro para qué una crítica o una burla o un desinterés sincero, o un interés pasando por caja, no te afecten negativamente. Me di cuenta que no era lo suficientemente madura para entrar en este juego de amiguismos, ni para hacer la pelota a quien hacia falta, y que la filosofía que predicaba aquella gente de si eres amigo mío puedo ayudarte no me gustaba nada. Además, no me gustaba la dinámica que se establecía entre compañeros de clase por la cual tu te hacías amigo de las personas cuyos textos elogiabas, cuando creo que no tiene nada que ver que te guste un texto de alguien con que quieras ser amigo suyo, por más que yo misma diga que el texto tiene mucho de la persona que hay detrás. El texto es fruto de la persona, pero en la persona hay algo más que el texto. Creo que aquella gente fomentaba mucho este tipo de malentendidos. De hecho, son los mismos malentendidos que hay en el mundo de los blogs, pero como que eso de los blogs es gratuito no estoy tan en contra de ello. Pero estoy segura que ellos creen que hacen un gran trabajo enseñando a gente que tiene la escritura como hobby, y que creerían que yo soy una tiquismiquis y que no hay nada en el mundo de la escritura como conocer a la gente adecuada, que es lo que ellos propugnan. A la única persona de todos ellos a la que he leído de verdad fue a la que se quedó en la organización antigua, también con una armario lleno de esqueletos en lo que se refiere a amistades literarias y dependencias emocionales, pero que como mínimo sabía de qué iba la cosa. Lástima que las circunstancias no eran las más adecuadas para disfrutar de ninguna clase suya, y que se puso a saltarse a la torera todos sus principios en lo que se refiere a la enseñanza de la escritura sólo con el objetivo de retener a los pocos alumnos que se habían quedado, cosa que lo estropeó todo. No es agradable ver como se desmorona de esta forma alguien acorralado, aunque tenga un poco de idea.

Después de esta experiencia insatisfactoria, piqué con un cursillo por correspondencia, cuando todavía se enviaban cartas de papel. Funcionaba basándose en fotocopias. Aprendí que no debía presentar mis escritos a mano, aunque hiciera buena letra. Parece que no, pero es una gran cosa. Pero no lo aprendí porque me llamaran la atención por presentar mis escritos a mano. ¡Lo aprendí precisamente porque en aquel cursillo estaba permitido!

El tercer cursillo que hice era de la misma organización, pero ya por Internet. La profesora nos hacía la pelota indiscriminadamente a todos los alumnos. Yo estaba muy de acuerdo conque me la hiciesen a mí, la pelota, pero no veía con muy buenos ojos que hicieran los mismos elogios a compañeros de clase míos a quienes yo nunca se los hubiera hecho. Siento así las cosas, ¿qué valor podían tener los elogios que me hacían a mí?

También por Internet, hice otro curso que era justo lo contrario: el profesor era un profesor universitario que sé sentia muy orgulloso de poder predicar la buena nueva de la escritura entre la pobre gente sin estudios. El curso estaba a su nombre pero lo dejó en manos de un jovencito que se fugó a medio curso. ¡Las fugas a medio curso de profesores en cursillos de escritura a los que me apunto me persiguen! ¿O es que esto es algo normal en este mundo? El ínclito profesor universitario encontró otro jovencito que le hiciera el trabajo sucio de corregir los textos de la plebe apuntada al curso. El primero se había fugado, pero hasta el momento de hacerlo había hecho correcciones muy interesantes; la segunda persona sólo corregía la ortografía. Aprendí que yo hacía muchas faltas, eso sí. Hasta entonces había escrito en castellano y aquella era la primera vez que presentaba textos en catalán; me costó un poco adaptarme. De hecho, no me extraña que el profesor universitario pensara que sus alumnos éramos incultos ante el montón de errores gramaticales que había en mis textos, y que todavía hay, tanto en una lengua como en la otra. En los otros cursillos no se habían dado cuenta de esto, o si lo habían hecho, no me lo habían dicho nunca. Aquello realmente me sirvió. Este curso fue muy curioso, porque así como en los otros cursos los profesores me habían hecho mucho la pelota y me habían animado, y los compañeros de clase se habían interesado por mis textos (“en el reino de los ciegos el tuerto es el rey”), aquí creían que “no debía tener demasiada confianza en mi misma”... Supongo que me vieron con demasiadas ilusiones por la sencillez de los textos que presentaba. Me reventó un poco que no me hiciera la pelota, pero creo que todo lo que aprendí sobre redacción me ha sido muy útil. Ahora, incluso el profesor de recambio acabó el curso dejando textos sin corregir. ¿Cómo puedo confiar en la opinión experta de una gente tan informal?

La conclusión es que nunca he hecho un cursillo de escritura en catalán en el que los profesores hayan sido serios hasta el final, y que en los que he hecho en castellano me han hecho tan desaforadamente la pelota que no me fío; estoy muy contenta de ellos en lo que se refiere a la seriedad, pero respecto a la mejora de los textos no me han servido tal y como yo creía que me servirían; no eran como el profesor universitario con el bisturí.

Hay un libro malísimo de John Garner que entre la cantidad de tonterías que llega a decir dice algo que es muy acertado: que nadie puede ayudarte a descubrir qué está mal en tus propios textos, que has de descubrirlo por ti mismo. ( Los libros sobre “cómo escribir” son otra de mis aficiones, y a pesar que ningún autor se me ha fugado a medio libro, es un tema que merecería un capítulo aparte.) Quizá algún día hablaré de mis experiencias leyendo este tipo de libros, cosa que, como ir a cursillos, también he decidido dejar poco a poco. Como diría aquel, “me estoy quitando” de estas cosas.

O sea que ni no es un cursillo donde me traten muy mal, donde me hagan sentir que soy analfabeta por no redactar bien y hacer faltas, y se fuguen a medio curso, yo no vuelvo a apuntarme. Y si gano el concurso de la radio, tendré un problema, porqué no sé qué voy a decirles... Bueno, que lean el post.

1 comentario:

Anabel Rodríguez dijo...

Me dejas con una sonrisa pintada en el rostro. Con tus faltas, tus cursos , tus profesores en fuga, tus concursos de radio... permiteme hacerte la pelota ¡Lo bordaste!.
Por cierto, mi profesora del curso de internet no hace demasiado la pelota, y corrige bastante.
Besitos