martes, 7 de octubre de 2008

Algo de economía

No hace falta ser discípulo de Karl Marx para reconocer que la economía, si no mueve el mundo, al menos no lo deja estarse quieto. La economía, en sus múltiples formas, es la responsable de la mayor parte de las actividades humanas, y son criterios económicos los que determinan la importancia de la mayoría de las acciones y realizaciones de los hombres. «Un poeta» –escribió algún francés, no sé si Voltaire– «es tan útil al Estado como un jugador de bolos». A partir de esta premisa, difícil de rebatir, y considerando que si la poesía es inútil para el Estado, mucho más lo es para su hermano gemelo, el Capital, podemos explicarnos muchas de las peculiaridades que caracterizan a la poesía y la diferencian del resto de las artes, y aun de la literatura, en el mundo de hoy.
Tiempos hubo en que los reyes de taifas recompensaban espléndidamente en esta península nuestra a los poetas más notables; durante siglos, en la lejana China, los exámenes que permitían a los letrados acceder a los puestos de la administración del Imperio consistían en la escritura de poemas. Hoy, ni nuestros taifas autonómicos ni los capitalistas bajo control comunista de la nueva China se preocupan gran cosa de los poetas. La situación de la poesía ya es la misma en todo el mundo: marginal, no rentable, económicamente irrelevante, menospreciable. ¿Qué rentabilidad puede extraer el capitalismo de la poesía? Prácticamente ninguna. ¿Invertir en poesía? ¿Para qué? Un papel y un bolígrafo le bastan a un poeta para componer una obra maestra. Y una vez publicada, por cualquier medio, ya es propiedad común, bien de todos, invendible, sin posibilidad de apropiación. Todos sabemos cómo interviene el capital en las demás artes, las ganancias que proporciona la música, los contubernios entre arquitectura, construcción y poder, el coleccionismo nversor en pintura y escultura, las cifras millonarias que facturan los que publican según qué novelas, las geométricamente multiplicadas de quienes las transforman en películas… El arte y el negocio van del brazo, se complementan, suelen ser uña y carne. Sólo la poesía queda al margen. No hay que invertir para producirla. Su comercialización no produce ganancias apreciables. Sus obras no se pueden atesorar, coleccionar, comprar y vender. Están fuera del ciclo económico. Son perfectamente prescindibles. Así que el capital prescinde de la poesía sin mayor inconveniente.
(Sólo un curioso fenómeno, el de los premios, casi exclusivo de nuestro país, recupera de alguna manera aquel mecenazgo de las taifas, dedicando una pequeña parte de los caudales públicos a promocionar una actividad que, teniendo en cuenta su inutilidad, goza aún de un curioso e inexplicable prestigio. Tal vez sea éste, sin embargo, un intento de domesticarla. Un libro de poemas subversivo, en cualquiera de las acepciones del término, difícilmente obtendrá un premio bien remunerado, patrocinado por cualquier tipo de organismo público o privado que se precie.)
Así que al margen de la economía, al margen de la sociedad, la poesía, como una planta silvestre, crece y se desarrolla en libertad. Como nadie la financia, a nadie debe respetar o halagar; como nadie puede comprarla, a nadie debe tentarle o reírle las gracias. Y si lo hace, es por libre decisión del poeta. La poesía es libre, libre e independiente, es uno de los poquísimos ámbitos incontrolables que quedan en el mundo de hoy. Es verdad que al quedar al margen de los tejemanejes del capital su difusión es escasa, nadie tiene interés en hacerla llegar a sus posibles destinatarios. Pero sin interés, por afición, por gusto, por convencimiento, son siempre muchos los que se esfuerzan por darla a conocer y difundirla. Hay excepciones, claro, y basta asomarse a Internet, un medio gratuito, para comprobar la vitalidad de la poesía, la ingente cantidad de páginas a ella dedicadas en la red.”


Jesús Munárriz

1 comentario:

Anabel Rodríguez dijo...

Muy, muy interesante. Si señora.