lunes, 24 de agosto de 2009

Estrangularse con la propia tela de araña

Hace diez años no tuve problemas para inventarme una novela. No la acabé, era muy mala, pero... fui capaz de crear ficción. El problema, de hecho, fue que la ficción que era capaz de crear rebasó los límites de la escritura, y se apoderó de mi vida. Empecé a creer cosas que no eran reales; caí enferma. Desde que fue evidente para los médicos que era necesario medicarme, para retornar todas estas ficciones al lugar donde pertenecían, es decir al mundo de los sueños, he escrito poca ficción. Mi cabeza no inventa fuera de la escritura, y eso no pone en peligro mi relación con la “realidad”, pero tampoco puede inventar dentro de la escritura.

El primer medicamento al que estuve sometida me retiró la regla, con todos los problemas que eso comporta para una mujer joven, y sufrí mucho sin poder tener la regla: me cayó el cabello, engordé, perdí el apetito sexual... pero todavía puede permitirme algunas intentonas, y bajo sus efectos todavía puede inventar alguna cosita. Pero desde que se empezó a introducir en mi cuerpo una nueva sustancia, un nuevo medicamento sin tantos efectos secundarios, “la bomba” para mi enfermedad, según mi librero, no he podido volver a escribir ficción. Simplemente, no se me ocurre. (¿Qué prefieres, poder follar aunque sea contigo misma, tal y como aconsejan que deben hacer los enfermos mentales, o poder inventar?) Y en cambio tengo unas pesadillas (y digo pesadillas, no sueños) muy creativas, con introducción nudo y desenlace, que, si fuera capaz de traspasar al papel... Pero su recuerdo desaparece como desaparecen las pompas de jabón... Toda la creatividad se me va en las pesadillas...

En fin, que no hay nada que hacer, mientras tome este medicamento, “la bomba”, - y no puedo dejar de tomarlo tan fácilmente-, probablemente no podré volver a escribir ficción. ¿Se está ahorrando la humanidad otra ficcionadora mala? A buen seguro. Pero preferiría poder crear ficciones flojas antes de ser la poseedora de esta tierra baldía en que se ha convertido mi capacidad de fabulación. No puedo, pero quiero, inventar. Pero parece que esto a lo que llaman salud es lo primero.

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