sábado, 8 de noviembre de 2008

Me doy permiso para escribir

Últimamente, he estado yendo a unas conferencias donde el conferenciante sostiene con toda su buena fe que no debería escribirse. Piensa que, en siglos pasados, cuando todavía no estaba todo escrito, se podía realmente escribir, un escritor con talento podía aportar su granito de arena, porque todo estaba por hacer. Pero que, después que hayan escrito todos los clásicos que han escrito durante todas las épocas de la humanidad, escribir más no tiene ningún sentido, que la aportación que podrá hacer un escritor cualquiera es irrisoria, que nunca podrá estar a la altura de la riqueza de la tradición, y que, siendo así, más vale no hacer el ridículo balbuceando palabras vanas que nadie recordará.

¿Qué os parece? ¿Es una buena razón para dejar de escribir, no? Cómo no puedo ser un clásico, no me parece que tenga derecho a escribir... Porqué, una persona cualquiera, ¿tiene derecho a escribir aunque ni por educación ni por medios pueda ser un clásico?

Es evidente que si fuese un poco más vulnerable de lo que soy, este buen hombre ja me habría convencido para que dejara de escribir. Pero, como me dijo últimamente mi librero, soy “cerril”, es decir, tozuda como una mula, y escribiré, sí, escribiré, aunque no pueda ser un clásico, aunque no lo lea nadie, aunque mía palabras vanas se las lleve el viento... Reclamo mi derecho a escribir siendo una escritora mala, que carai aquí. Porque las palabras, cocinadas a fuego lento, amasadas con cuidado, preparadas con la alquimia del instinto, tienen un sabor incomparable... tienen el sabor de la gloria, y esto cualquiera que escriba (a pesar de no ser un clásico), lo sabe perfectamente. Y sabe que, aunque sea un sentimiento puramente imaginario, no puede dejarse así como así...

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