lunes, 6 de octubre de 2008

Ser pobre con alegría

El otro día oí por la radio que el porcentaje de pobres aumentará los próximos años. Entendemos por pobres a las personas que ganan por debajo del sueldo mínimo. Después de una época nunca lo suficientemente larga de prosperidad, parece que para la sociedad será hora de apretarse el cinturón. A la noticia no le habría dado mayor importancia sino fuese porque me he dado cuenta que formo parte de este grupo: soy pobre.

Ser pobre no es lo que uno sueña que quiere ser de mayor cuando va la escuela. Pero a mis 32 años, con una enfermedad mental, me toca aceptar y hacer frente al hecho que esta es exactamente mi situación. Me lo miro del derecho y del revés, y, cuando más lo hago es que me doy cuenta: soy pobre.

Si me molesta no es sólo por la falta de posibilidades económicas, no poder comprar cosas, que sería la principal, pero no la única consecuencia nefasta. Una de las cosas que más rabia me dan es formar parte de este segmento de la sociedad que nadie tiene en cuenta, de la clase baja, de los desheredados. Si me hubiesen dejado escoger, yo hubiese nacido aristócrata. Por el dinero, pero también, sobretodo, por el prestigio intelectual. ¡La posibilidad de tener conversaciones cultas! Pero no puedo escoger: soy pobre como una rata y como consecuencia se deduce que soy poco inteligente. Porqué, si una persona es inteligente, es evidente que sabrá ganarse bien la vida, ¿no? Los pobres lo son porqué no dan para más. Dan lástima. Es una desgracia ser pobre, encontrarse con algo así, da pena, pero ellos mismos tienen la culpa, porqué no han sabido salir adelante. Yo que no soy tonto salgo a flote. Eso pueden pensar los mil euristas. Y cuidado, un mil eurista no es pobre. Se quejan mucho, hacen mucho ruido con su situación, no hay programa de televisión en que no salga llorando un mil eurista... pero, yo, que soy pobre de verdad, ¡qué más querría que ser mil eurista!

De todas formas, y a pesar de todo, yo siempre he pensado que quien no se conforma es porqué no quiere, y que mucha gente que se queja en los medios de comunicación que la vida es cara, en realidad lo que les pasa es que no quieren renunciar a los privilegios a los que se han acostumbrado y que, en realidad, no pueden permitirse. Llamo privilegios al hecho de ir de vacaciones cada verano (a veces, también por Navidad, Semana Santa y todos los puentes), ir a restaurantes, cambiar la ropa cada temporada, y tantas otras cosas, que son en realidad superfluas, y que en nuestra sociedad consumista se han convertido en una necesidad. Pues, señores, yo no puedo permitírmelo, todo esto. Soy pobre. Y no es que sea tacaña. Es que soy pobre. Y me extraña que salga gente por la tele quejándose que no pueden vivir a todo tren (que es lo que creen que se merece, y tampoco seré yo quien les contradiga) cuando yo tengo que racionarme el queso, la repostería o incluso el jabón. Y con eso no quiero decir que pase hambre o que no salga a flote. Quiero decir que compraría productos más caros de los que puedo permitirme. Y la gente se queja de no poder ir cada verano al Caribe. ¿Pero es que nadie se ha dado cuenta que en el Caribe no hay nada?

Pero este texto se llama Ser pobre con alegría, e intentaré ver el lado positivo. En principio, el único lado positivo que se me ocurre es que aprecias más las conversaciones que tienes con la gente, simplemente hablar. Aprecias las largas caminatas, un pasatiempo baratísimo y para el que no se necesita un juego de pesas de 50 euros. Todo depende del color con que se mira, y en el fondo, quien no se conforma es porqué no quiere. Está bien ser pobre, saber apreciar las cosas importantes de la vida; no tener nada, pero tampoco querer nada que no puedas permitirte.

2 comentarios:

Anabel Rodríguez dijo...

¿Leí esto antes o lo soñé?

Anónimo dijo...

No, no lo soñaste, Anabel. Se trata de que republico cosas que havia publicado en el blog difunto y que no quiero perder.